La problemática de la Amazonia ha sido un campo de batalla en el reciente proceso electoral en Brasil. Es un tema medular también en la escena internacional dado la magnitud de la reserva de biosfera y de la fuerte dramatización mediática que tuvo lugar alrededor de los incendios forestales del año 2019. Más allá del trasfondo electoral, la selva amazónica forma parte de los campos más codiciados del planeta. Alberga una intensa trama de conflictividad que entrelaza la dimensión ecológica, los intereses económicos de grupos industriales, las batallas informacionales, las ambiciones políticas y estratégicas de los Estados, reflejando la compleja matriz de conflictividad contemporánea.
Bolsonaro y los incendios de 2019
Sin dejar de lado ciertos elementos históricos para explorar esta trama, es particularmente fértil enfocarnos en la intensa secuencia conflictiva que empieza a fines de julio 2019. En aquel momento, el presidente brasileño abre las hostilidades al cancelar a último momento un encuentro con el Ministro francés de asuntos extranjeros de visita en América Latina. Emmanuel Macron replica en el terreno comunicacional y diplomático, recurriendo al registro ecológico: “Nuestra casa se está quemando. Literalmente. El Amazonas, el pulmón de nuestro planeta que produce el 20% de nuestro oxígeno, está en llamas. Se trata de una crisis internacional. Los miembros del G7 se reunirán dentro de dos días para discutir esta emergencia”.
De pronto, la escalada se desata en las opiniones públicas. Las redes sociales arden (#PrayForAmazonas). Se involucran personalidades del mundo entero, así como también grandes medios de comunicación y ONGs apoyando a Greta Thunberg. Se multiplican los llamamientos a boicotear los productos brasileños (#BoycottBrazil). Inclusive el Papa Francisco solicita una intervención internacional para salvar la selva amazónica.
La alusión a un 20% de oxígeno producido por el Amazonas es una exageración deliberada para despejar la emoción general. Algunos científicos tales como Jonathan Foley recuerdan que sus cálculos le permiten llegar como mucho a un factor de 6%. Otros sectores científicos confirman que los océanos son los verdaderos pulmones de nuestro planeta mediante su mayor biomasa. En cuanto a la extensión de los incendios, los datos son dispares y alarmantes. Las mediciones son dos veces más altas para el Instituto brasileño de pesquisa espacial y se cuadruplican para la Agencia Espacial Europea. Catherine Aubertin, economista especializada en biodiversidad y directora de investigación del Instituto de búsqueda para el desarrollo (Francia) recalca: “El Amazonas arde más que el año anterior, pero no arde más que la media de los últimos quince años”. Según el sitio web de Global Forest Watch Fires, Brasil es solo el quinto país con mayor número de incendios en 2019, después de Rusia, Angola y Australia. Además, las imágenes que se transmiten en redes sociales son a menudo anteriores a 1990, o datan de 2003 en el caso del tuit del presidente francés.
En paralelo, muchas voces se alzan en Europa para apuntar el cultivo de soja como uno de los principales motores de la deforestación. Se impone otra idea sesgada : en tanto gran importador de soja brasileña, la Unión Europea (17,6% de las exportaciones de la soja brasileña contra 61% para China en 2018) sería responsable indirecta de los crímenes cometidos contra el ambiente y la biodiversidad en el Amazonas. A finales de 2017, se calcula que se han destruido 90 millones de hectáreas de bosque desde 1970, el 20,3% de la superficie forestal de entonces. A finales de los años 80, la presión nacional e internacional llevó al gobierno federal a tomar medidas para preservar la cuenca amazónica, medidas que empezaron a tener operatividad después del 2000. De 2005 a 2012, la deforestación se frenó sostenidamente, para luego acelerar de nuevo. Según Jean-Yves Carfantan, casi el 30% de la soja sembrada en el Amazonas legal provenía de tierras recientemente deforestadas en 2004. En 2018, esta cifra se redujo al 1,5%. Las plantaciones de soja en el bioma amazónico abarcaron 5,258 millones de hectáreas en 2018-2019, o sea el 14 % del área sembrada de soja en Brasil. La región amazónica representó el 15,6% de la producción nacional de soja en la última campaña (con el 7,42% en 2008-2009).
Asimismo, las investigaciones brasileñas realizadas sobre la cuestión de la deforestación en los últimos veinte años – no mencionadas en los medios regionales o internacionales – han llevado a dos conclusiones principales. Primero, la influencia de la expansión de las semillas oleaginosas en la dinámica de la deforestación es indirecta. Los agricultores que planean plantar soja rara vez desbrozan, talan, desraman y limpian ellos mismos una zona forestal. Compran u ocupan terrenos ya desbrozados y limpiados. Segundo, la expansión de los cultivos de soja va acompañada del desarrollo de infraestructuras logísticas locales (carreteras, vías navegables, puertos fluviales), lo cual puede conducir a la instalación en las regiones afectadas de actividades directamente responsables de la deforestación (tala ilegal, cría extensiva de ganado, lavado de oro, etc.).
Desde el año 2006, las empresas de trituración de soja y los recolectores han creado una moratoria para la soja en el Amazonas, un mecanismo que impide la comercialización de semillas producidas en tierras recientemente deforestadas. Casi el 100% de las tierras plantadas con soja en el bioma amazónico son observadas y controladas vía satélite por el Instituto Nacional de Pesquisa Espacial (INPE). Los resultados anuales de las observaciones del INPE muestran que desde 2008 la implicación directa de la soja en las operaciones de deforestación ha sido mínima. El trabajo de seguimiento muestra que la expansión del cultivo de soja en la región ha tenido lugar casi exclusivamente en pastos degradados o abandonados que se abrieron antes de 2008, el año de referencia para la aplicación de la moratoria.
A espalda de estos datos de la realidad, la meta encubierta por el presidente francés es colocar el tema de Brasil en la agenda del G7 a desarrollarse el 24 de agosto de 2019 en Francia. Este movimiento permitiría al club de países re-posicionar sus intereses en la agenda económica, buscar las formas de intervenir Brasil y avanzar en los niveles de apropiación de sus recursos. De hecho, el presidente Macron relanza la idea de un plan nacional de apoyo a los cultivos de oleaginosas para que Francia sea menos dependiente de la soja brasileña.
Una trama compleja
Las pujas y los actores que intervienen en los planos civiles, gubernamentales y económicos se entiende cuando uno dimensiona la maraña de intereses económicos que ha seguido la expansión económica de Brasil desde los años 2000. Frédéric Autret resalta que dos lógicas económicas se superponen en el territorio amazónico.
La primera se refiere al uso de la riqueza biológica en aras de un “capitalismo verde” basado en la explotación de la madera certificada, la venta de créditos de carbono, el turismo ecológico, los recursos para la industria farmacéutica y cosmética, o la utilización de los recursos naturales para la producción de alimentos. El capitalismo europeo, en particular los intereses franceses, se encuentra en esta primera línea.
La segunda realidad remite a la explotación de los suelos para la agroindustria, la extracción de recursos minerales y los recursos hídricos. Los Estados Unidos, China y el sector militar brasileño están más posicionados en este plano. La lista de minerales explotados en Brasil es generosa (bauxita, hierro, niobio, tantalio, estaño, manganeso, aluminio). La minería representa el 50% del total de las exportaciones de Brasil, de las cuales el 82% corresponde al hierro. Para la agroindustria, el aumento de los precios de los productos básicos y agroalimentarios en los años 2000 permitió obtener beneficios exorbitantes. Aprovechando la tensión comercial chino-estadounidense en 2018, Brasil se convirtió en uno de los principales productores de soja, haciendo disparar las exportaciones a China de un 30% (82,3% del total de exportaciones de soja).
Estas dos realidades constituyen lógicas que son difícilmente conciliables desde el punto de vista territorial y económico. La ampliación de la agroindustria y de su modo de explotación de los recursos choca con el capitalismo verde. Llegado a la presidencia de Brasil, Jair Bolsonaro priorizó la expansión del agronegocio. Entre enero y julio 2019, Brasil aprobó 262 nuevos plaguicidas para el uso agropecuario, lo cual reforzó la preocupación ambiental y la posibilidad de exportar productos en la Unión europea1.
Para complicar estas lógicas superpuestas, la financiación de estas actividades económicas es múltiple y conectadas a los principales países capitalistas. Lula da Silva abrazó el paisaje multipolar y aumentó las relaciones diplomáticas con países competidores. En la cumbre de los BRICS de 2010 en Brasil, se firmaron numerosos acuerdos de cooperación con China, especialmente en el ámbito de la agricultura, de las infraestructuras y la inteligencia artificial. En 2003, se pactaron acuerdos petroleros con Irán. Con Rusia, las relaciones se reforzaron especialmente en el ámbito de la tecnología espacial y militar.
Por ende, Brasil debe mantener fuertes lazos con los Estados Unidos para “acomodar” sus márgenes de independencia. El presidente Lula cultivaba por ejemplo una amistad no disimulada con George Bush hijo cuando estaba en el Planalto. Su nuevo vicepresidente, Geraldo Alckmin, fue el candidato de centro-derecha (PSDB) para las elecciones presidenciales de 2018. El New York Times lo presentó como la “Hillary” brasileña. Al igual que Michel Temer (MDB), vicepresidente de Dilma Rousseff a quien sustituyó cuando fue destituida en 2017, Alckmin es un asiduo visitante de la embajada estadounidense en Brasilia y del consulado en São Paulo.
En este contexto, la crisis de 2019 en torno al Amazonas da una oportunidad para varios actores europeos que habían perdido mucho terreno económico frente a su competidor directo en Washington. Es al interior de esta selva económica y estratégica que estos actores intentan ahora, bajo el disfraz ecológico del Amazonas, preservar su participación histórica y sobre todo ganar soberanía territorial para su expansión.
Ya en 2017, Michel Temer había firmado un decreto modificando el estatus de la reserva de Renca, una vasta zona de 4 millones de hectáreas en el corazón de la selva amazónica, autorizando la explotación de esta zona. Bajo el levantamiento local e internacional, el gobierno de entonces tuvo que retroceder y cancelar la medida.
En plena crisis ecológica amazónica, Noruega y Alemania deciden suspender sus aportes al Fondo Amazonas en respuesta a lo que se designa como una injerencia de Jair Bolsonaro. La escena amazónica da a Noruega una cortina de humo para ocultar un importante escándalo medioambiental. El Fondo Amazonas, creado por el presidente anterior para preservar la selva amazónica, fue gestionado por el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social de Brasil (BNDES). La financiación opaca del BNDES salió a la luz con el escándalo del Lava Jato, incluyendo el controvertido proyecto de la represa hidroeléctrica de Belo Monte iniciado por Dilma Rousseff (ex-Ministra de minerías y energía). La represa se construyó para atender las grandes necesidades energéticas del sector minero de la región. Entre ellas figura la empresa brasileña Alunorte. Ésta última es propiedad desde 2011 de la empresa noruega de aluminio Norsk Hydro, conocida por sus programas de restauración ecológica elogiados por varias organizaciones no gubernamentales. Noruega, país ejemplar en materia ambiental, adquiere así una delicada espina en el pie. El Estado noruego posee el 34,3% del capital de la empresa Norsk Hydro y se descubre de repente que ha financiado la contaminación del Amazonas a través de dicho fondo administrado por el BNDES. La crisis amazónica ofrece un álibi para eludir esta financiación.
Para Alemania, la crisis del Amazonas constituye también una eficaz cortina de humo para esquivar el informe de la ONG Amazon Watch que destaca la exportación masiva de pulpa de açai (una fruta amazónica protegida) a una empresa alemana, Acai GmbH, que a su vez los vende a cadenas de supermercados ecológicos alemanes. Opera a través de la empresa Argus del brasileño Arnaldo Andrade Betzel, condenado por comercio ilegal de productos amazónicos. Antes del golpe institucional de Michel Temer, Alemania empezaba a tomar el control de la economía frente a los Estados Unidos. Varios acuerdos relativos a la explotación de tierras raras en Brasil, así como otros acuerdos sectores estratégicos estaban siendo preparados por la Ministra Dilma Rousseff. La llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia contrarrestó los intereses alemanes, la crisis amazónica ofreciendo una oportunidad de recuperar la posición dominante de sus multinacionales. Para Alemania y Noruega, la agroindustria sigue siendo un tema clave en su expansión. Las multinacionales Bayer Crop Science y Yara son los mayores proveedores de pesticidas y fertilizantes contaminantes para la agricultura brasileña.
Respecto a Francia, el conflicto de la reserva de biosfera sureña es una verdadera suerte. Bajo ropaje ecológico, Emmanuel Macron pretende convertir a Brasil en una suerte de condominio colonial. La revista estadounidense Foreign Policy había marcado el tono de este discurso intervencionista poco tiempo antes: “¿Quién invadirá Brasil y salvará el Amazonas?”. El presidente Macron afirma que tomará medidas en el G7 para salvar la selva, mientras que desde 1978 el único órgano de decisión internacional alrededor de la cuenca amazónica es la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (Francia no quiso formar parte de ella). Amazon Watch informa que dos empresas francesas trabajan con la compañía brasileña de madera Benevides Madeiras, condenada en repetidas ocasiones, así como también con Guillemette & Cie, especializada en la importación de madera; y el Grupo Rougier, uno de los principales comerciantes de madera. La crisis da también a Francia un velo para evacuar la explotación masiva de madera por parte de la empresa europea Norsudtimber en África subsahariana, donde los incendios están diezmando el segundo bosque tropical más grande del planeta.
Comercialmente, Francia vería su sector agrícola considerablemente perjudicado por la entrada libre de impuestos de los productos brasileños en el mercado europeo que ella domina actualmente. Así, la manipulación de la opinión pública permitió al mandatario francés acusar a su homólogo brasileño de haber “mentido” sobre los compromisos climáticos en pos de justificar su oposición al acuerdo de libre comercio UE-Mercosur. Intereses cruzados de por medio, los agronegocios franceses están también presentes en Brasil con el Crédit Agricole, Louis-Dreyfus y el banco BNP Paribas. Pero Francia tiene mayor interés en no permitir que la soja invada demasiado el sector del capitalismo verde. En efecto, el capitalismo europeo goza de una posición predominante en los mercados farmacéuticos y cosméticos y tiene que asegurar las patentes decisivas que derivan de la biodiversidad.
Para Washington, Brasil es y seguirá siendo un territorio bajo influencia estadounidense. Esta crisis diplomática ofrece una ventaja para reforzar sus vínculos con Brasil. El presidente Donald Trump manipula la opinión pública para restaurar la imagen “ecológica” del presidente Jair Bolsonaro. Éste último se apoya en él para anunciar con orgullo que “Brasil es y será siempre una referencia internacional para el desarrollo sustentable. La campaña de noticias falsas contra nuestra soberanía no funcionará. Estados Unidos siempre puede contar con Brasil”. Garrett Marquis, portavoz del Consejo de Seguridad nacional de la Casa Blanca, indica que Washington no participará en la iniciativa del G7 para la intervención internacional en el Amazonas, anunciada por Emmanuel Macron al cierre de la cumbre internacional.
Antes, el periódico brasileño Esquerda Diario ya había comunicado las filtraciones publicadas por Wikileaks que mostraban cómo el ministro de Justicia brasileño Sergio Moro había sido entrenado por los estadounidenses. Varios periodistas también denunciaron al jurista Rodrigo Janot quien había ayudado a los accionistas estadounidenses a atacar la empresa estatal Petrobras y trasladar la sede del gigante agroalimentario brasileño JBS Friboi a los Estados Unidos. Esta grieta jurídica en Brasil permitió a la empresa estadounidense Halliburton introducirse estratégicamente en la petrolera Petrobas. Los Estados Unidos, a través de una operación en el terreno de la lucha contra la corrupción, tomaron un avance significativo en comparación con otros países. El caso Lava Jato ha sacado a la luz numerosos escándalos de empresas extranjeras como el gigante suizo Skanska, la empresa italo-argentina Techint y la alemana Siemens (sin ser objeto de sanciones económicas). Formó una vasta operación apuntando a defender los gigantes norteamericanos y disparar una advertencia a sus competidores, especialmente en Europa. La agroindustria es un sector que Washington quiere conservar, al igual que el sector del transporte ferroviario (a través del unicornio General Electric) y del control de los estándares tecnológicos.
En este sentido, la oposición francesa al tratado del Mercosur llega como una bendición en este conflicto. El tratado complicaría la posibilidad del acuerdo comercial entre Brasil y Estados Unidos iniciado por el Secretario de Comercio estadounidense Wilbur Ross en julio de 2019, amenazando el bloqueo de la tecnología 5G aplicado a la empresa china Huawei. La presencia estadounidense en Brasil es también otro tema de relieve. La fuerte cooperación en torno al centro de lanzamiento de Alcántara se inscribe en el marco de una feroz batalla contra el centro de lanzamiento europeo Ariane Space, en Kourou, o el de China en la región argentina de Neuquén.
A nivel militar, la cuestión de la selva amazónica es una mina de oro para Donald Trump quien se ha visto envuelto desde abril 2019 en la reforma de su política de exportación de armas para apoyar a la industria estadounidense. En respuesta al despliegue del ejército brasileño para combatir los incendios, Donald Trump movilizó más cooperación. En 1990, con el motivo de proteger el Amazonas, los Estados Unidos financiaron el Sistema de Protección del Amazonas (SIPAM), un sistema aéreo proporcionado por la empresa estadounidense Raytheon. Más adelante, este sistema debería reforzarse con el programa SISFRON (Sistema Integrado de Vigilancia de Fronteras Terrestres) cuya implantación está prevista en 2030. De este modo, Washington garantiza una mayor vigilancia para frenar las incursiones chinas y rusas a largo plazo. Esta cooperación, bajo la apariencia de protección del Amazonas, da a Brasil un acceso preferencial para la compra de equipos militares y tecnológicos y la cooperación en materia de formación e inteligencia militar.
Para China finalmente, Brasil es ahora el cuarto destinatario más importante en término de inversión de capital. El programa de satélites chino-brasileño lanzado en 1999 fue un paso en dirección de estudiar la evolución de la selva amazónica y en trasfondo de construir una base de datos determinante para los recursos minerales de Brasil. La incursión de China en Venezuela es una forma de frenar el avance de su rival norteamericano. Existen además importantes reservas de petróleo en la región de Esequiba (región de la Guayana inglesa fronteriza con Venezuela).
Hasta el día de hoy
La campaña de manipulación informativa desde los incendios de la Amazonía hasta la reciente campaña electoral de 2022 ha dado sus frutos. En 2019, una encuesta del instituto brasileño MDA mostraba una tasa de desaprobación de Jair Bolsonaro pasando del 28,2% al 53,7%. La proporción de brasileños juzgando negativamente la actuación del presidente pasó del 19% al 39,5% según la Confederación Nacional de Transporte. El periódico O Globo titulaba que se trataba de la mayor crisis de imagen de Brasil desde hace 50 años. Luego de la pandemia que fue trágica para el gran país sudamericano, esta campaña se envolvió en la carrera electoral. El objetivo de erosionar la legitimidad del presidente brasileño Jair Bolsonaro fue alcanzado y aprovechado por sus adversarios políticos que incorporaron la agenda ambiental en sintonía con la presión mundial que se ejerció. Durante 2021 y 2022, varias revistas y organizaciones internacionales titularon que la reelección de Bolsonaro significaba una amenaza ambiental y democrática.
Bolsonaro intentó contrarrestar estos ataques organizando en septiembre 2019 la cumbre amazónica de Leticia. Se firmó un pacto entre países fronterizos del Amazonas (Brasil, Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia, Surinam, Guyana, sin Venezuela y Francia) sin llegar a decisiones concretas. Apuntó al proyecto de “Corredor AAA” que figura en documentos secretos revelados por el sitio británico Open Democracy. También conocido como el “Camino de la Anaconda”, este proyecto ha sido promovido durante 30 años por el antropólogo Martin Von Hildebrand con el propósito de crear una zona protegida de unos 265 millones de km² uniendo los Andes, el Amazonas y el Océano Atlántico. El expresidente trató también de incidir en la opinión brasileña a través de libros como “Máfia verde: o ambientalismo a serviço do Governo Mundial”, editado por el mexicano Lorenzo Carrasco, denunciando a las ONG y a los ecologistas. Esta obra denuncia una acción política y económica supuestamente lidiada por una oligarquía angloamericana que utiliza las ONGs tales como WWF, Greenpeace, la fundación Ford, la fundación Rockefeller y otras en pos de implementar la agenda encubierta de un gobierno mundial.
En esta trama compleja, pocos actores – salvo quizás Estados Unidos – han sido capaces de diseñar estrategias coherentes a nivel estatal. La trama de intereses sigue contradictoria y conflictiva al interior de los países. Las lógicas financieras están transversales a todos los sectores, a veces en detrimento de las industrias de los propios países fuentes. Francia está actuando según un guion que pone en peligro sus propias empresas en los territorios brasileños. La misma Europa se encuentra en desacuerdo en torno al acuerdo UE-Mercosur. Brasil, al multiplicar sus acuerdos comerciales con países competidores, se ve encorsetado en sus propios compromisos competitivos. En el plano multilateral, la UNESCO desea reforzar el derecho internacional en torno a la noción de “bien común” y la protección de su patrimonio mundial. Varias ONGs y diputados europeos hicieron un llamamiento para lanzar un boicot de los productos brasileños. Los actores del agronegocio, partidarios de Bolsonaro, fueron preocupados por los cambios en las relaciones comerciales con Estados Unidos que podía generar dificultad de acceso a Europa y Asia.
A partir de febrero de 2022, la CIA se desempeñó en alabar la eficacia del sistema electoral brasileño. William Burns, director de la agencia, se tomó la libertad de invitarse a Brasilia en mayo para advertir a Jair Bolsonaro y a su jefe de inteligencia sobre este mismo tema. La prensa internacional insistió en la idea de que las elecciones presidenciales podrían ser impugnadas y que el gobierno estaba tentado de dar un golpe de Estado. La revista Foreign Policy se indignó en septiembre 2022 del acercamiento de Brasil a China y Rusia, declarándose a favor del regreso de Lula. Del mismo modo, el Atlantic Council se irritó regularmente por el reiterado cuestionamiento de Jair Bolsonarao sobre la COVID-19 y la cancelación de la fusión Embraer/Boeing. Había un clima de desinformación denotando que los neoconservadores norteamericanos se inclinaban a favor de un cambio de régimen en Brasil.
Pese al disgusto de los grandes empresarios, de los intelectuales y de buena parte de las formaciones políticas internacionales, la disminución global de la inseguridad, la simplificación de la administración, la mejora de las carreteras y de las infraestructuras, o inclusive la política social de apoyo a los más pobres durante la pandemia (si bien su impacto fue desastroso en el país), han permitido a Jair Bolsonaro asentar una inesperada popularidad entre las clases más pobres y gran parte de la clase media – por no hablar de los pequeños empresarios y de los actores agropecuarios.
No es una casualidad que Emmanuel Macron y Joe Biden hayan sido los primeros presidentes en saludar la victoria de Lula en las urnas en octubre 2022 o que el flamante presidente electo haya expresado la misma noche de la elección un conjunto de propuestas con respecto a la cuenca del Amazonas. El reto ambiental de Brasil fue construido a nivel local y global como un vector de influencia encubierta y de injerencia informacional en el escenario brasileño. Parte de la esfera ecologista y activista contornó alegremente la verosimilitud científica para participar de la ofensiva dirigida hacia el líder brasileño. Sin llegar a tener un peso suficiente para determinar de por sí el sufragio de 2022, no queda dudas que tuvo un efecto de cerco muy significativo. La gestualidad “fascistoide” de Bolsonaro, sus modales ácidos para los países de la región y sus dificultades internas, no jugaron a su favor, pese a la práctica en el plano exterior de un “pragmatismo responsable32” (inspirado de la experiencia de Ernesto Geisel en 1974-1979). En una situación de mayor vulnerabilidad de Brasil, el nuevo gobierno brasileño enfrentará enormes desafíos para sortear la predación existente y mantener un equilibrio.
Referencias
- Zibechi, R. (2012). Brasil potencia, Brasil : Consecuencia.
- Dolo, N. (2022). Victoire de Bolsonaro au niveau local, ballottage au niveau national. Revue Conflits. Recuperado de https://www.revueconflits.com/bresil-victoire-de-bolsonaro-au-niveau-local-ballotage-au-niveau-national/
- Autret, F. (2020). La face cachée de la guerre de l’information sur l’Amazonie, Escuela de guerra económica. Recuperado de https://www.ege.fr/infoguerre/2020/01/face-cachee-de-guerre-de-linformation-lamazonie
- Carfantan, J.Y. (2019). Déforestation en Amazonie : l’histoire. Recuperado de https://www.istoebresil.org/post/amazonie-de-la-d%C3%A9vastation-%C3%A0-la-pr%C3%A9servation-3 .